miércoles, septiembre 13, 2006

Manuscribir


Algunos se sienten más seducidos por el ejercicio de la escritura manual que inclinados al uso del teclado. La posibilidad de tachar, corregir y volver a tachar es uno de los motivos. También puede hacerse en la computadora, es cierto. Pero… no es lo mismo. En el tachón, la reelaboración, la pausa, el movimiento de la mano y la lapicera juegan un papel de íntima discusión. Pasar en limpio es recordar el camino desandado y los desvíos ignorados. También permite tomar uno de esos desvíos, y encontrarse con nuevas posibilidades, con derroteros narrativos casi insospechados.
Si un día optamos por desplegar un relato sobre el lienzo de un día luminoso, al pasarlo en limpio quizás dedicamos un par de horas a emprender un derrotero paralelo bajo la lluvia y ver de qué manera, si cabe, los hechos se permutan, se desglosan, se humedecen, se congestionan.
En fin.

martes, septiembre 12, 2006

No hay dos sin estrés



¿Debe verse el furor del momento en la escritura? ¿Es acaso parte del contenido?

Esa sensación continua de saber mucho y sin embargo sentirse tan ignorante, tan poca cosa. Esa sensación de no saborear deseos por nada, porque la miseria de hoy fueron los deseos de ayer. Porque estas semillas fueron (son) las semillas pasadas.
El infierno puede adquirir, ya se sabe, múltiples formas, una instancia en cierto sentido fenomenológica. Digo infierno para acotar la instancia a un marco occidental que evite los habituales desbordes.
Dos pájaras de una pequeña población del interior se encuentran en viaje laboral matutino y administrativo a la ciudad central y comienzan a desmigajar un pasado común -casi- inexistente plagado de referencias cruzadas, personajes insulsos y anécdotas insoportables para el pasajero que viaja en el asiento anterior, que desgraciada o calculadamente soy yo. Yo y mis oídos incapaces de arrojarse a una siesta corta o apelar a cualquier otro recurso habitual de tangente de verosimilitud. Y el martilleo de estupideces se derrama durante una larguísima hora, con cadencias y tonos cambiantes pero siempre, siempre, vacíos y saturados de una oquedad existencial insobornable, con la densidad del plomo, candente hasta la disolución.
Finalmente encuentro la solución a la continuidad de semáforos y paradas y me bajo cerca del enrejado pene egipcio que adorna nuestra capital y que afortunadamente se apiada de mí.

Nada peor que esperar los resultados previsibles de los gestos incompetentes. Nada peor que hacerlo bajo una llovizna pertinaz de culos que desplazan brevemente tus silla y mesa al paso y la mirada reiterada del mozo preguntando por qué carajo te quedás una hora y media tomando un sucinto café. Y mientras tanto los clientes vienen y se van sin dejar ni propinas ni recuerdos, ni huellas. Sólo quizás dos tibiezas efímeras con la raya al medio en las cuerinas gastadas.
Al compás del café infinito, sigo deshojando la margarita, convencido de que no hay dos si estrés.

Del surco al celuloide


El instinto de supervivencia del ultracapitalismo cobraba las formas más curiosas.
El hombre compraba un atado de cigarrillos y eventualmente se fumaba el contenido por completo.
Entonces quitaba la estampilla del gravamen del producto tabacalero y la depositaba en unas urnas destinadas a recolectarlas para que, por algún procedimiento que escapa a las notas de este relato, o más bien de este relator, dichas estampillas se transformaran en dinero para personas discapacitadas, es decir para que siguieran sufriendo trasmutaciones hasta alcanzar la forma de una silla de ruedas o una ortopedia, por ejemplo.
El papel plateado que envolvía a los cigarrillos era reservado para alguna artífice amiga que creaba objetos artesanales mediante un delicado procesamiento de esas envolturas resplandencientes. Y las marquillas se recolectaban hasta sumar una decena para transformarlas entonces en una entrada para el cine. En suma, una planta de tabaco se transformaba en luz y sonido.

Recién venida



Nunca se sabrá cual fue la suerte de aquella mujer que un día llegó y se instaló en el sótano sin decir una palabra ni volver a asomar su mentón penetrante por la puerta trampa.
El viejo la vio entrar con paso decidido, silente, y sumergirse en aquella escalera telarañosa, plagada de moscas cegarras y secas. La contempló sin inmutarse, acostumbrado a las visitas que se quedaban sin preguntar ni disfrutar de su compañía por indefinidas horas o días. Cambió la yerba y siguió oteando los ladrillos que levantaban su horizonte cotidiano, borrando todo recuerdo de la recién venida.
El único sonido que se oyó durante ese rato fue un escupitajo breve del viejo y una puteada de colofón.
El agua estaba fría.

lunes, septiembre 11, 2006

Ariadna



Los colores de la tarde tornaban al rojo y la radio acercaba los resultados y los cánticos de las tribunas. Entre la cascada de yerba, primero, y la de agua después, se filtraba la voz de un muchachito arengando a Lilita Carrió. ¡ARI, ARII, ARIIII! Desplacé los ojos del mate a la fuente de los gritos y comprendí que no se trataba de una proclama política, sino de la convocatoria de un niño pertinaz a su hermanita ”¡Ariadna, vení!”
Por el laberinto de mis pensamientos se deslizaba una vez más ese nombre tan cautivante y tan inasible, y un instante después ya no era la plaza y el domingo anodino sino una jornada fatigante en el Museo del Prado y el encuentro inesperado una mañana de agosto con la figura reclinada de la doncella cretense.
Me vi aquella mañana esbozando una mueca casi sonriente hasta que me encegueciera el flash prohibido de la cámara y plasmando en celuloide un instante que se fundía ya y me llevaba como un embudo hacia otras latitudes y a la tarde en que dije que si encontrase a una mujer que se llamara Ariadna la raptaría. La frase no era vacua fanfarronería, sino un acto reflejo provocado por otro recuerdo, el de una noche en que había conocido a una hermosa boca que congeniaba con la mía y respondía al nombre de la rubia hija de Minos.
Aquel lejano encuentro no sólo fue fugaz sino infausto, ya que el único nexo entre ella y yo era un amigo de mi novia de entonces y de esta misteriosa muchacha que no dejaba de invitarme a hablar y asombrarme con cálidos asentimientos y comentarios feraces que nos iban recortando del entorno. El oportuno amigo de ambas respondía al nombre de Ulises, y creo que nunca supo del rastro inquietante que dejó su hospitalidad. Por mi parte, en ese momento no me percaté de la probable sorna con que el destino me dejaba atisbar la sencilla paradoja de los nombres.
Al día siguiente debo de haber hecho muchos comentarios sobre algunas de las impresiones que había cosechado, porque mi novia mencionó al pasar que se notaba que Ariadna congeniaba conmigo y que a ella también le caía muy bien, lo cual de todos modos no concibió nuevos encuentros.
Los años pasaron y la relación con aquella novia y otras se fue destejiendo. Cada vez resulta más difícil entrelazar relaciones que aspiren a durar y recorremos el dédalo urbano esperando la muerte o la liberación. Hay en el aire un aroma a tierras ya lejanas casi inconcebibles, pero sigo recogiendo en mi mano el hilo de los días que pueda llevarme finalmente de regreso a mi Ariadna.

sábado, agosto 26, 2006

La tiranía del verbo

Un mundo donde la vida cotidiana va poco a poco horadando el uso de los sustantivos.
Como la imagen gastada del agua que gasta la piedra.
Los sustantivos están en retirada.
El lenguaje está en recesión.
Los hiperónimos, como la nobleza otrora, han perdido jerarquía.
Han sido reemplazados por el término más conveniente a la ocasión, más la construcción "o lo que sea".
La Cosa avanza y el Coso la sigue.

martes, agosto 22, 2006

La persistencia del usuario

El conductor del informativo de Canal 9 del domingo nos señalaba que luego de las lluvias del fin de semana ‘Muchos usuarios persistían sin energía eléctrica’. En español, el hábito de persistir se ha dejado a agentes inanimados, como en 'la guerra persiste'. En casos en los que un agente animado muestra una conducta o acción continua o reiterada, una perseverancia, el verbo persistir suele conjugarse acompañado de la preposición en para introducir el objeto de la persistencia, como en 'Saddam persistía en su actitud de no rendirse ante las autoridades de la Coalición'. A la luz de esto, cabe suponer que sea cual fuese lo que estaban haciendo, muchos usuarios estaban dispuestos a seguir haciéndolo sin valerse de energía eléctrica, pues tal era su voluntad. O bien que los usuarios sin energía eléctrica (¿usuarios de qué?) persisten, perviven, como las guerras y plagas en Asia, el hambre en Tucumán o los horrores gramaticales y sintácticos en los medios nocivos de comunicación.

Estupidez urbana



(Reflexión casi atónita a un episodio que roza la sandez absoluta.)

Un hombre corre en torno a una plaza casi desierta, en sentido contrario a las agujas del reloj (cf. Hannah y sus hermanas), bajo el implacable sol del rutilante mediodía estival. Lleva en su mano derecha una botella de agua mineral y en la izquierda una correa para tirar rítmicamente del cuello de un perro oscuro. El animal mencionado en segundo término corre penosamente con la lengua afuera, denunciando claramente que lo agobia la transpiración y lo insensato de la situación, al tiempo que el tipo lo arenga: ”¡Vamos, que es regenerativo!”
De ajedrez, de prólogo, de puertas, de autor, de visitante, de local.
Toda apertura es un corvo signo de interrogación del que hay que salir antes de saltar hacia el punto y aparte.