lunes, septiembre 11, 2006

Ariadna



Los colores de la tarde tornaban al rojo y la radio acercaba los resultados y los cánticos de las tribunas. Entre la cascada de yerba, primero, y la de agua después, se filtraba la voz de un muchachito arengando a Lilita Carrió. ¡ARI, ARII, ARIIII! Desplacé los ojos del mate a la fuente de los gritos y comprendí que no se trataba de una proclama política, sino de la convocatoria de un niño pertinaz a su hermanita ”¡Ariadna, vení!”
Por el laberinto de mis pensamientos se deslizaba una vez más ese nombre tan cautivante y tan inasible, y un instante después ya no era la plaza y el domingo anodino sino una jornada fatigante en el Museo del Prado y el encuentro inesperado una mañana de agosto con la figura reclinada de la doncella cretense.
Me vi aquella mañana esbozando una mueca casi sonriente hasta que me encegueciera el flash prohibido de la cámara y plasmando en celuloide un instante que se fundía ya y me llevaba como un embudo hacia otras latitudes y a la tarde en que dije que si encontrase a una mujer que se llamara Ariadna la raptaría. La frase no era vacua fanfarronería, sino un acto reflejo provocado por otro recuerdo, el de una noche en que había conocido a una hermosa boca que congeniaba con la mía y respondía al nombre de la rubia hija de Minos.
Aquel lejano encuentro no sólo fue fugaz sino infausto, ya que el único nexo entre ella y yo era un amigo de mi novia de entonces y de esta misteriosa muchacha que no dejaba de invitarme a hablar y asombrarme con cálidos asentimientos y comentarios feraces que nos iban recortando del entorno. El oportuno amigo de ambas respondía al nombre de Ulises, y creo que nunca supo del rastro inquietante que dejó su hospitalidad. Por mi parte, en ese momento no me percaté de la probable sorna con que el destino me dejaba atisbar la sencilla paradoja de los nombres.
Al día siguiente debo de haber hecho muchos comentarios sobre algunas de las impresiones que había cosechado, porque mi novia mencionó al pasar que se notaba que Ariadna congeniaba conmigo y que a ella también le caía muy bien, lo cual de todos modos no concibió nuevos encuentros.
Los años pasaron y la relación con aquella novia y otras se fue destejiendo. Cada vez resulta más difícil entrelazar relaciones que aspiren a durar y recorremos el dédalo urbano esperando la muerte o la liberación. Hay en el aire un aroma a tierras ya lejanas casi inconcebibles, pero sigo recogiendo en mi mano el hilo de los días que pueda llevarme finalmente de regreso a mi Ariadna.

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