Hay nueve mesas en la estación de servicio que provee wifi. El televisor siempre está sintonizado en un canal que pasa música risible o de mierda, como Arjona o Enrique Iglesias. Una tortura que se renueva cada 4 ó 5 minutos.
La conexión es muy buena, aunque cada cierto tiempo se reinicia, y de vez en cuando un perro callejero se tira dormir debajo de una de las mesas desocupadas.
Elegí la mesa debajo del televisor porque quedo de espaldas a la pared para ensayar algo de privacidad y alejado del ventanal que recibe de lleno el sol de la tarde. Me siento de cara al sol para que no refleje tanta luminosidad en la pantalla, pero aún así es casi imposible ver cualquier página o correo electrónico porque todas las luces fluorescentes están encendidas. Se podría decir que te sentás en ese lugar y quedás encandilado, aunque no por su higiene: lo único que no brilla es el piso y las mesas.
Cada tanto se nubla y la visión de la pantalla mejora enormemente. Pero son nubes esporádicas que parecen emular a los clientes de la estación de servicio, que van y vienen con consumos bastante breves. En un determinado momento, sólo una mesa queda ocupada. Se nubla, sale el sol. Se ve, no se ve.
Hay nueve mesas y sólo una está ocupada. Una pareja entra, pide sendos cafés y, por la ley del pelotudo consuetudinario, decide sentarse a ventilar sus intrascendentes problemas personales en notoria voz alta en la mesa pegada a la bolsa de residuos. También la más cercana a la única que estaba ocupada hasta ese momento. Es decir, la mía. Y el pelotudo comienza a contar su triste semana, en un tono alto y monótono que inevitablemente termina generando fastidio.
¿Qué impulsa a las personas a amontonarse? ¿Qué las impulsa a persistir en su condición de pelotudos en desmedro de la paz de los demás?
¿De dónde proviene la energía que hace posible la asombrosa ley termodinámica que lleva a que un sistema busque el equilibrio multiplicando pelotudos con celosa proporcionalidad?
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jueves, diciembre 02, 2010
miércoles, noviembre 10, 2010
El pelotudo del semáforo
Contrario a lo que muchos creen, el recurrente pelotudo del semáforo no es el que está tan entretenido escarbándose mocos como si fuera un plataforma petrolera que no presta atención al cambio a verde. El pelotudo es el que está en tercera o cuarta fila y toca bocina.
Este pelotudo es el único en el mundo que tiene la viveza para ver que el semáforo cambió. Es el único que está esperando para avanzar. Es el pelotudo que en cuanto el semáforo se pone en rojo se agazapa esperando el momento de tocar la bocina apenas torne a verde.
No está apurado. Es sólo que.... disfruta horrores de ser un pelotudo. Si pudiéramos seguirlo durante varias bocacalles, si valiera la pena, veríamos que el pelotudo tiene por costumbre tocar la bocina cuando se pone verde el semáforo aunque nadie se demore en meter primera.
Este pelotudo claramente ignora que, si una estridente señal fuera necesaria, hace rato que los semáforos no tendrían luces sino sonido.
Pero entonces, este pelotudo por vocación haría señas de luces tan pronto sonara la chicharra.
Este pelotudo es el único en el mundo que tiene la viveza para ver que el semáforo cambió. Es el único que está esperando para avanzar. Es el pelotudo que en cuanto el semáforo se pone en rojo se agazapa esperando el momento de tocar la bocina apenas torne a verde.
No está apurado. Es sólo que.... disfruta horrores de ser un pelotudo. Si pudiéramos seguirlo durante varias bocacalles, si valiera la pena, veríamos que el pelotudo tiene por costumbre tocar la bocina cuando se pone verde el semáforo aunque nadie se demore en meter primera.
Este pelotudo claramente ignora que, si una estridente señal fuera necesaria, hace rato que los semáforos no tendrían luces sino sonido.
Pero entonces, este pelotudo por vocación haría señas de luces tan pronto sonara la chicharra.

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