Ella no trae la espada.
Ella ni siquiera se imagina hasta que punto podrá volver a sembrar la discordia.
Ella no se prueba, ni por milagros, ni por una retribución, o una promesa, y todavía menos por la escritura.
Ella es ella misma en todo instante su propio milagro, su retribución, su prueba.
Ella se vive, se abstiene de las fórmulas.
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